Rosa Faccaro

Pérez Agrippino. Pinturas


En la obra de Martín Pérez Agrippino (1972), los habitantes de un espacio urbano en ruinas, reflejan la misma luz. Esa luminosidad expresa una atmósfera de desolación.

Una puesta escenográfica muestra una ciudad destruida.

Trastocadas las concepciones éticas de un país, de una visión de los valores que fueron los paradigmas de una cultura, de los pensadores que construyeron las utopías, el artista pone en acto pictórico la crisis de este fin de siglo mostrando restos de que fue.
Los hombres sin identidad, testigos de estos vestigios, reflejan en sus cuerpos inmóviles una actitud de espera. Se visualizan como en cartel publicitario, ensimismados, estáticos, congelados, sin movimientos aparentes.

El espacio es geométrico, un cubo abierto al mundo, sólo el cielo es inconmesurable. Esta situación de realidad e irrealidad representada como una escena teatral dramática y contenida, muestra un pasaje pictórico de lluvia atomizada de pinceladas invisibles, hacia un espacio infinito metafísico.

“Oponer al agobio de las falsas certezas circundantes, el peso catastrófico y milenario de la incertidumbre” (1) es un pensamiento que manifiesta esta situación existencial de una generación, donde la máscara –en caso de Pérez Agrippino- es un emblema de ausencia de valores y de modelos identificatorios.

Lo creible de estas escenas pictóricas está acentuado por el principio de realidad, que se evidencia en la representación verosimil de los personajes y paisajes en ruinas, acercando al contemplador una natural imagen sin exaltaciones, representadas con una pasmosa contención. La inminencia de algo que va a suceder, nos remite a un calendario único homogéneo, donde el tiempo y el espacio cambian en cada ocasión.

El canibalismo es sostenido por el sentimiento de inminencia. Sólo podemos vislumbrar una cierta ironía enunciativa en las sonrisas de los miembros de una escena familiar que, al igual que un cartel publicitario emite el slogan “todo está bien y sonreímos felices”, mientras al lado los efectos de la marginalidad muestran la decadencia, el vacío, los residuos de una devastación.
El escenario es real, la ficción sucumbe ante este documento desolado.

En pintura sin título, una escena de muchedumbre, a la manera del Acorazado Potemkin, sólo un hombre aparece con identidad, y es reconocido, quizá como el personaje de Taxi Driver que intenta provocar un cambio catastrófico.

Esta muestra individual de Martín Pérez Agrippino nos conduce a una revelación de su conciencia social. Su formación con maestros de notable prestigio le ha brindado una buena disponibilidad de lenguaje, pero no tendría valor este bagaje de conocimientos si el artista no articulara en lenguaje plástico su propia vivencia en una visión de realidad que se expresa pictóricamente. Creo que lo hace desde una observación y sensibilidad poco común, en cuanto es un pintor de los más jóvenes.


Señalamos que esta muestra ha sido el fruto del trabajo de tres años, del 95 al 98. Merece ser vista su obra con el detenimiento que suscita una posibilidad creativa singular, en el contexto de la jóven plástica argentina.



Rosa Faccaro
Catálogo Galería Theo
1998

*  (1) Grinstein, Eva, “Arte Argentino Actual”: Tedio y Tragedia. Buenos Aires. Fundación Federico Jorge Klemm. Pag. 21.


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